El fin de la muerte



  • Leído en: 2018.
  • Título original: 死神永生.
  • Escritor: Liu Cixin.
  • Género: Ciencia ficción.
  • Año de publicación: 2010.
  • Serie: Trilogía de los tres cuerpos III.
  • Sinopsis: Ha pasado medio siglo de la batalla del Día del Juicio Final y la Tierra goza de una prosperidad sin precedentes gracias al conocimiento transferido por Trisolaris. Mientras la ciencia humana avance y los trisolarianos adopten la cultura terrícola, ambas civilizaciones podrán convivir sin temor a ser destruidas. Pero con la paz la humanidad se ha vuelto autocomplaciente. Después de una larga hibernación, Cheng Xin, una ingeniera aeroespacial de comienzos del siglo XX, despierta en esta nueva era. Su mera presencia, sumada a cierta información sobre un proyecto olvidado desde el principio de la Crisis Trisolariana, podría alterar el frágil equilibrio entre ambos mundos... ¿Alcanzará el ser humano las estrellas o morirá en su cuna?


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    Las conjeturas y extrapolaciones científicas suben un nivel en complejidad y extensión en este tecer libro, pero el desarrollo es más irregular, el estilo y el tratamiento de ciertos temas no han mejorado y el final es decepcionante. Literatura «de ideas» (no sé bien dónde poner las comillas...) a la vieja usanza, con momentos muy disfrutables, que hay que leer para terminar la serie.


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    [No sigas si no has leído el libro:
    a partir de aquí desvelo el argumento]

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    Algunas partes de la novela están entre lo más interesante de la trilogía; por ejemplo, el descubrimiento del espacio tetradimensional y las aventuras de Espacio azul y Gravedad, la traición de los trisolarianos cuando se releva al «portador de la espada», los cuentos de Yun Tianming o la caída en dos dimensiones del Sistema Solar. También me han gustado otras ideas: civilizaciones pasando a universos con menos dimensiones para poder sobrevivir y destruir a las demás; que en un principio hubiera diez y algunos seres inteligentes quieran restablecerlas; que la velocidad de la luz disminuya y a la vez el tiempo siga pasando a toda leche si se alcanza, y otras del estilo.

    Sin embargo, la coherencia de la especulación científica se ve lastrada por la falta de aquella que impregna toda la obra. No me trago a gente tan resignada, racional, noble y presta al sacrificio como la pintan, en especial los mandatarios, y hay un exceso de solemnidad (si bien esto es común al resto de la saga, cansa por acumulación y aquí es más patente). Menos verosímil aún es que le den a Cheng Xin, maja pero insufrible a ratos, la oportunidad de ser la responsable de la supervivencia de la humanidad o de su legado en varias ocasiones cuando su única virtud es ver cómo ocurren cosas a su alrededor (lo de salvarse solamente ella y AA con la nave de motor de curvatura tampoco es muy creíble). Ah, y al ser una chica la protagonista, se van acumulando clichés: no sería capaz de destruir el Sistema Solar si atacaran los trisolarianos en contraposición a Luo Ji y a Wade (ah, el amor de las féminas... ya dice el escritor que ella «Era una mujer, no una guerrera», porque las guerreras son solo chaquetas, supongo... ah, no, que luego sí sale una guerrera, aunque en realidad no es una mujer sino un robot); le regalan una estrella y ¡ay, qué romántico, espera, voy a enamorarme de Yun Tianming aunque no lo haya visto desde niños y no me volviera a acordar de él en mi puta vida hasta que hago que se suicide y manden su cerebro de viaje por el espacio!; se contrapone feminidad en un sentido romanticoide a lo masculino, no tan sutil pero siempre resolutivo; la protagonista llega con su amiga al único planeta habitable de su regalada estrella y siente el deseo de que le dé un abrazo un mozo que les está esperando, claro... y dos veces; los personajes ancianos les llaman «niñas» a ella y a AA con una condescendencia... en fin, suficiente.

    Las situaciones místicas y románticas continúan dando vergüenza ajena apoyadas en diálogos artificiales marca de la casa. Que un personaje se meta en el espacio tetradimensional y diga «¡Qué grande debe de ser el espíritu capaz de abarcar ese mundo!» es un buen chiste involuntario. Los amoríos son más hilarantes si cabe: «Se miraron y sus almas se abrazaron» (pfff); «¡Qué tío! Ha sido capaz de regalarle una estrella y un universo a la mujer que ama... Pero yo no puedo darte nada» (de verdad, Cixin, colega, déjalo...).

    Y para terminar, la trama va dando tumbos y se centra demasiado en unos aspectos y demasiado poco en otros. Me habría gustado muchísimo más que siguiera las andanzas de los humanos exiliados del sistema solar y explicara las peripecias de la protagonista por referencias; justo lo contrario, vamos. Además, en los otros libros había aventura, intriga por saber si un problema se iba a solucionar. Había un argumento que te tenía en vilo (más o menos) mientras esperabas una resolución, satisfactoria o no. Aquí se tiene la sensación de estar simplemente observando el devenir de unos acontecimientos que van de mal en peor sin solución posible; de que incluso los mismos personajes lo están haciendo (de hecho, lo hacen). Falta tensión, sobre todo después de la huida de Cheng Xin y AA del Sistema Solar. Y es que el final no está nada logrado, es ambiguo y da respuestas como un manual de instrucciones mientras escamotea otras (por ejemplo, ¿cómo pudo Yun Tianming hacer un universo en ese planeta con la velocidad de la luz reducida y meter a Tomoko [queda mucho mejor la «inglesa» Sophon] dentro? Bueno, cómo pudo hacer todo lo que hizo, en verdad). El autor ha intentado un Hacedor de estrellas moderno en el último cuarto y se asemeja solo en la intención y en el ritmo atrofiado.

    Una pena, porque me parecía la mejor novela de la trilogía y al final ha sido al revés, debido en parte a una edición con muchas más erratas y más graves que en las entregas anteriores.