Orgullo y prejuicio
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Otro clásico del siglo XIX y de nuevo un acierto. A diferencia de mi último Galdós, demanda atención constante y no puede abandonarse mucho tiempo, pues la intriga es continua pese a su sencilla trama. Me ha encantado el humor; el estilo es conciso, apenas descriptivo, y adecuado para la sátira; los personajes tienen su atractivo, si bien son algo arquetípicos, y el argumento toma caminos no tan trillados, en especial para su época, hasta el desenlace, este sí, más convencional. Aunque puede resultar un poco frívolo, el libro es divertido y tiene la extensión justa para disfrutar sin llegar a saturarse con los líos de la alta sociedad.
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[No sigas si no has leído el libro:
a partir de aquí desvelo el argumento]
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Qué brusco el cambio de actitud del señor Darcy... hubiera preferido una excusa para su conducta al principio en lugar de un darse cuenta por amor (¿y no decía su ama de llaves que lo conocía desde hacía cuatro años y era majísimo?; ah, estos chulitos de Madrid cuando van al pueblo...). El final, agradable y optimista, queda ligeramente deslucido por lo tibio de la declaración a Elizabeth (un romance nada romántico, la verdad) y por esa aseveración de que los elegidos se vuelven mejores aislados de los tontos, los cuales (casualidad) son los más pobres, incultos y menos cumplidores de las estiradas normas sociales. Lydia interrumpió la lectura del manual de comportamiento de las jóvenes del señor Collins, pero la novela continúa y lo suple con creces.