Dune



  • Leído en: 2006, 2020, antiguamente.
  • Título original: Dune.
  • Escritor: Frank Herbert.
  • Género: Ciencia ficción.
  • Año de publicación: 1965.
  • Serie: Dune I.
  • Sinopsis: La historia comienza a miles de años en el futuro, en un gran imperio galáctico dividido en cuasi-feudos controlados por familias nobles. La clave para el control del Imperio se encuentra en Arrakis, un planeta desértico también conocido como Dune. El protagonista de la historia es el joven Paul Atreides, heredero del ducado de la Casa de los Atreides. Su padre, Leto Atreides, recibe de pronto la orden de trasladarse a Arrakis, y Paul deberá enfrentarse, por un lado, al emperador y, por otro, a sus antiguos enemigos, la Casa de los Harkonnen.


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    Dios creó Arrakis para probar a los fieles, y yo he perdido la fe.

    De Mensajes de WhatsApp con Serpy,
    por la princesa Irulan.



    La semana que releyó Dune, en una edición especial con bonitas ilustraciones, empezó con una ilusión que se fue atenuando según avanzaba hasta que, sumido en la confusión, tuvo que admitir que ya no estaba entre sus favoritos.

    «Han sido muchas mis lecturas desde que me inicié en esta, y los defectos me son más evidentes sin el velo de la novedad», se dijo en el obligado silencio de la bibliosala, mientras observaba un dibujillo. «La mona vestida de seda, mona se queda».

    Se sobresaltó al darse cuenta de que, si bien no recordaba haber escuchado nunca antes esa frase, estaba seguro de su procedencia: el Novísimo Testamento Cabalístico de los Recolectores de Piñones Sagrados del Indostán, que no había leído.

    Dejando de lado ese inquietante pensamiento, intentó aislarse del mundo y disfrutar como antaño de aquel clásico que, según afirmaban los estudiosos de la Orden, había ampliado los horizontes de la sagrada disciplina de la space-opera, pero no podía dejar de notar su ritmo inconstante, como si la escritura imitara el andar del desierto, los algo impostados diálogos de unos personajes más bien planos ni un exceso místico que hería su alma materialista.

    «¿Qué me ocurre? ¿Por qué no me fundo con la trama? ¿Es una especie de prueba?», se preguntaba, intranquilo.

    Obtuvo satisfacción, no obstante, al comprobar que el planeta Dune conservaba su embrujo y que, por muy fatalistas que se hubieran tornado sus expectativas con respecto a la novela, la historia era buena y mantenía el interés hasta el final. Quizá el autor no logró darle el mejor acabado o tal vez había intentado abarcar más de lo que podía manejar con soltura. Daba igual. Aun ligeramente imperfecta, le agradaba. No había nada que temer. La alegría le hizo bajar las defensas.

    «Podría sustentar una obra audiovisual impresionante», pensó, y nada más hacerlo sintió una punzada de vergüenza y temor al permitirse ese herético deseo. No era la primera vez. Como si quisiera purificarse, pronunció mentalmente, casi rogando, una de las máximas del Retrobudismo Catecumenal del Arte Impreso: «El libro es mejor».

    Recordó a Lynch I, el Apóstata. ¿Quién se atrevería a considerar ni la posibilidad de que su blasfema creación pudiera compararse con el original? Nadie osaría. Al menos, cuerdo. Él siempre lo tuvo claro, al igual que sus hermanos. O eso había pretendido creer.

    «¡El cine mata la mente!», se recordó con urgencia para conjurar la amenaza. No pudo evitar, sin embargo, sentir la incertidumbre crecer en su interior hasta desbordarse más allá de los confines de su adiestramiento. Sintiendo un sudor frío recorrerle el cuerpo, los hechos se le presentaron desnudos de todo artificio: no le disgustaba aquella monstruosidad (¡herejía!), y llevaba años aparentando lo contrario, incluso ante sí mismo, con la ayuda de la fascinación que le producía la novela, pues juzgaba imposible que nada rozara la perfección de esta última mediante la imitación, sobre todo usando vulgares imágenes acompañadas de (hizo un esfuerzo adicional para imaginar la palabra) sonido. En cambio, ahora que el libro había caído de su pedestal..., ¿cómo podía negar la realidad? El anatema no era superior, ni siquiera su igual, pero se le acercaba, no existía un abismo entre ambos. Se frotó las manos con nerviosismo y buscó consuelo en las Obras completas de Adorno sin encontrarlo.

    Los psicoteólogos de la Vía para la Séptima Bruma llevaban mucho tiempo enfrentados a lo que llamaban «la tiranía de las palabras» y profetizando la llegada del Quizás-Joderá, el elegido que demostraría a los Seguidores de Gutenberg la falsedad de su doctrina mediante una poderosa creación y reconciliaría las distintas artes. Toda la vida procurando ignorarlos y aun así su heterodoxo mensaje había echado raíces en él... Sintió un vértigo incontrolable.

    «¿Será cierto? ¿No resultará una vana presunción de la Secta de las Imágenes que se Mueven, necia propaganda para pervertir la Verdadera Fe?», titubeó.

    Temblando, resuelto a confirmarlo a cualquier precio, escudriñó el rincón más profundo de su intelecto, de donde únicamente los más experimentados adeptos son capaces de volver con la cordura intacta, y miró a su centro. Solo el mayor de los esfuerzos y el condicionamiento de toda una existencia dedicada a la lectura le permitieron sortear el peligro de una automutilación mental. Cuando contempló la auténtica verdad en su ser más íntimo, los ojos se le llenaron de lágrimas, y al aceptarla notó que la paz le invadía por fin y terminaba de un plumazo con décadas de duda y represión. La ansiedad desapareció y su lugar fue ocupado por una voluntad inquebrantable y la determinación de no volver a caer en el engaño. Renovado espiritualmente, supo lo que debía hacer, y comenzó con los preparativos. No tenía sentido postergarlo.

    «Compraré unas palomitas», decidió mientras se incorporaba. «O, mejor, unos gusanitos».


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