Drácula



  • Leído en: 2020, antiguamente.
  • Título original: Dracula.
  • Escritor: Bram Stoker.
  • Género: Terror.
  • Año de publicación: 1897.
  • Sinopsis: «Los seres que llamamos vampiros existen. Algunos de nosotros tenemos pruebas irrefutables de ello». Ha pasado más de un siglo desde que el profesor Van Helsing, uno de los protagonistas de Drácula, pronunciara estas palabras, y el mito sigue vivo gracias a la capacidad sobrenatural del hombre-vampiro para mutar y adaptarse a los nuevos tiempos: infinidad de películas, musicales, cómics, etc., así lo atestiguan. Esta nueva edición de Drácula, profusamente anotada desde un punto de vista histórico y crítico, intenta acercar al lector a sus diferentes niveles de lectura, al tiempo que presenta numerosos documentos y añadidos de interés que la convierten en la más completa publicada hasta la fecha en nuestro país.


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    Ignoro si es la más completa, pero sí es sobresaliente esta edición de Valdemar, con las notas justas y una buena traducción; además incluye un pequeño estudio, ilustraciones, bibliografía y unos apéndices con, entre otras cosas curiosas, el relato corto El invitado de Drácula (ocasionalmente incluido en la historia principal por algunos editores sin, creo, mucho acierto) y una especie de desenlace alternativo.

    El libro empieza muy muy bien, con unos capítulos donde predomina el misterio y la atmósfera es casi perfecta. Se suceden escenas y frases memorables y todo hacía presagiar una confirmación del gran recuerdo que tenía de mi única lectura hace cerca de tres décadas. Aunque Stoker no fuera un literato genial, pensaba, tiene imaginación y visión narrativa y escénica, y según pasaba partes de no poder dejar de leer me daba la impresión de que el original era claramente superior al mito creado posteriormente. Al cambiar de localización, la trama se resiente, mas aún es cautivadora y sus logros continúan destacando a menudo, como en ciertos pasajes relacionados con el mar.

    Sin embargo, hacia la mitad, la fórmula y el ritmo se atrofian y me ha resultado mucho menos entretenido. Podría haberse quedado en un simple bache y no le habría dado mayor importancia si no fuera por dos problemas añadidos: la constante repetición de situaciones, ideas y expresiones y el enunciado de valores y normas sociales de la época en su vertiente más absurda (y, sobre todo, la conjunción de ambos). La narración flaquea cuando los personajes, poco desarrollados, se ponen dramáticos o se preocupan en exceso, y no son momentos aislados sino recurrentes. Por lo menos en Frankenstein los diálogos emocionales y solemnes tenían garra a pesar de su afectación; aquí casi parecen sacados de «La Atalaya»... Exagero, pero da rabia que la novela se aleje de la esperada perfección debido a esos detalles, una segunda parte narrativamente torpe y un puñado de incongruencias. Su potente primer tercio y varios acontecimientos están entre mis favoritos del género; una pena no poder decir lo mismo del resto.


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    [No sigas si no has leído el libro:
    a partir de aquí desvelo el argumento]

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    Me encanta el comienzo en el castillo, y la estructura a base de cartas, diarios y telegramas le da bastante vidilla al asunto, al menos hasta la reunión de todos los protagonistas tras la muerte de Lucy; entonces decae su interés... y lo mismo sucede con el argumento. Los hombres, con se supone mucha hombría, solo saben intentar proteger a las mujeres y rondarlas como babosos de discoteca reencarnados en una banda de meapilas, y su devoción, terrenal y divina, se inflama hasta lo plomizo cuando solo queda una disponible. Además, me cargan los continuos lamentos y gestos exagerados de unos y otras cual telenovela venezolana cien años posterior. Para colmo, las alusiones religiosas se hacen muy patentes en el texto, de suerte que aproximadamente cada dos párrafos hay alguna jaculatoria (o alguna caballerosidad o mujeridad) que me hace poner los ojos en blanco sin que las advertencias a los herejes hagan mella en mi juicio («Incluso a un escéptico, incapaz de ver nada salvo un trasunto de amarga verdad en cualquier acontecimiento sagrado o emocional, se le habría derretido el corazón de haber visto [...]». Ja, ja... mira, no), y he terminado hartito de tanto dios y su puta madre. Como remate, la reiteración de las diferentes cualidades femeninas y masculinas y lo permitido a cada sexo parecen incisos de un profesor del Opus... un poco cansina la moral victoriana, la verdad, y Stoker tiene culpa: en otras obras se integra mejor en la trama y no es tan molesta, quizá por la habilidad de quien redacta y no repetirse sin gracia como el ajo.

    Tampoco me convence la actitud de Van Helsing, quien aplaza las explicaciones que debería dar a los demás en varias ocasiones, sin motivo aunque sí con excusas, en un truco corriente para mantener la intriga; ni un Drácula ausente desde su escapada (la cual es el arranque del tramo más aburrido) y nada terrorífico ni aparentemente poderoso; ni el clasismo (la gente pobre se presta a colaborar con los protagonistas tan pronto les dan dinero o alcohol, claro; lo consiguen todo los burgueses estos con su riqueza o con el poder del noble, ni ingenio ni valentía ni hostias... bueno, estas sí); ni los personajes, cada vez más indistinguibles unos de otros por su poca profundidad, igual que termina ocurriendo con sus diarios, totalmente intercambiables.

    En cuanto a la tabarra, sirva como ejemplo cuando no paran de decir que es preferible que la encantadora, maravillosa, pobre, querida, adorada, preciosa madam Mina se quede al margen porque esto es cosa de hombres y conlleva demasiada tensión como para que la soporte una mujer... Insisten hasta la extenuación (mía): como es una narración epistolar, cada uno lo repite en su entrada, ¡e incluso el mosquita muerta del Jonathan dos veces en la suya! Sí, luego le cuentan las cosas y hasta se dan cuenta de que rige mejor que ellos («Tiene el cerebro de un hombre» según el profesor holandés), pero ya te han dado el coñazo y aún seguirán dándolo con otras vertientes de su obsesión decimonónica... y ella, también.

    Me da que la causa principal de mi decepción, dejando aparte la escasa elegancia literaria, es la falta de espíritu (pese a tanta religiosidad, sí), de definición, tanto de la historia como de los protagonistas: es una novela gótica y, por momentos, de aventuras, detectivesca, de viajes, contemplativa, moderna o romántica, sin que el estilo logre unificar las distintas tendencias; y Jonathan, Mina y el resto no se sabe bien de qué palo van y parecen actuar según convenga al escritor, a veces de un modo estúpido o contradictorio. No todo son males, por supuesto, y algunos fragmentos tienen mucha fuerza: el cochero y los lobos, Drácula descendiendo por la pared cabeza abajo, el viaje del vampiro a Inglaterra en barco, la llegada de este y su huida en forma de perro, el cementerio de Whitby, Lucy en el mausoleo, la muerte de Renfield, la aparición del Conde en la habitación de Mina, la investigación en Carfax... y no me extraña situar la mayoría en la primera mitad, por cierto. Dejo, para terminar, las citas que me han llamado la atención por uno u otro motivo.

    «Escúcheles... los hijos de la noche. ¡Qué música hacen!». Bien, Drácula.

    «No pude sentir pena por ella, pues sabía lo que había sido de su hijo, y estaba mejor muerta». Algo bestia sí eres, Jonathan Harker.

    «Los seres que llamamos vampiros existen. Algunos de nosotros tenemos pruebas irrefutables de ello». Vanpiro exiten... di que sí, Van Helsing.

    «Algo de la madre que hay en nuestro interior hace que nosotras, las mujeres, nos elevemos por encima de las cuestiones triviales cada vez que se invoca el espíritu maternal». No todas, Mina; no todas...

    «Ustedes los hombres son valientes y fuertes»... y no todos.

    «Sólo una mujer puede ayudar a un hombre cuando tiene problemas del corazón». RF victoriano.

    «Jonathan se sentiría desgraciado si supiera que he estado llorando». Que viva el secretismo.

    «Ella luchó por creer que así sería y, manifiestamente por el bien de su marido, intentó parecer convencida». ¡Viva!

    «¡Ratas, ratas, ratas! Cientos, miles, millones de ellas... y cada una, una vida». Bien, Magic.