La estación de la calle Perdido
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Primer libro que leí de China Miéville y de la corriente New Weird. La etiqueta lo define perfectamente si se entiende como «género normalmente urbano que subvierte las convenciones idealizadas de la literatura fantástica tradicional y utiliza modelos complejos y realistas». De tan variado, podrían usarse al mismo tiempo otras: steampunk, fantasía épica, drama, aventura, terror y, apurando, hasta ciencia ficción. El escritor es muy imaginativo en cuanto a la ambientación, describe muy bien Nueva Crobuzón y sus habitantes y es su mayor acierto: sus barrios, las razas, pinceladas del resto del mundo... muy originales, estrafalarios y dibujados con un estilo denso y recargado, en armonía con lo descrito pero que puede cansar un poco al no ser una narración sencilla ni precisamente corta.
La primera parte es más lenta y aun así es la más cautivadora. En ella se van conociendo la ciudad y sus intrigas, cómo son las distintas razas, las relaciones entre ellas y también a los personajes, creíbles y con personalidad. Nueva Crobuzón es inmensa, sucia, violenta y sufre de los males de cualquier gran ciudad real: corrupción, explotación de los débiles por los poderosos, drogas, crimen... Sus historias no son edificantes, optimistas y asépticas, sino más bien lo contrario, y determinados pasajes pueden resultar desagradables debido al duro realismo. Poco a poco se van tejiendo interesantes tramas que se unen en una parte final con más ritmo cuya resolución un tanto rolera me parece lo menos logrado, relativamente, junto con algunas casualidades y clichés, aunque no desmerecen una novela singular y sugestiva como pocas.
La primera parte es más lenta y aun así es la más cautivadora. En ella se van conociendo la ciudad y sus intrigas, cómo son las distintas razas, las relaciones entre ellas y también a los personajes, creíbles y con personalidad. Nueva Crobuzón es inmensa, sucia, violenta y sufre de los males de cualquier gran ciudad real: corrupción, explotación de los débiles por los poderosos, drogas, crimen... Sus historias no son edificantes, optimistas y asépticas, sino más bien lo contrario, y determinados pasajes pueden resultar desagradables debido al duro realismo. Poco a poco se van tejiendo interesantes tramas que se unen en una parte final con más ritmo cuya resolución un tanto rolera me parece lo menos logrado, relativamente, junto con algunas casualidades y clichés, aunque no desmerecen una novela singular y sugestiva como pocas.
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[No sigas si no has leído el libro:
a partir de aquí desvelo el argumento]
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De hecho, es tan absorbente y curiosa que casi me da rabia que no sea perfecta. Hay cosas muy interesantes: los protagonistas, Isaac, Yagharek, Lin y Derkhan, e igualmente otros personajes como la Tejedora, Rutgutter, Motley o Lemuel; las criaturas (los garuda, las khepri, los vodyanoi, los manecros, los rehechos... los cactos, en cambio, me han gustado menos); el argumento, con sorpresas y momentos estupendos, entre ellos el principio, la cría y la fuga de la polilla o el encuentro con el Consejo de los Constructos; y muchas ideas, como la reconstrucción, la taumaturgia, las pesadillas, el motor de crisis, etc. Y el conjunto está envuelto en un entorno grandioso, el cual sostiene por sí mismo la novela: el mundo de Bas-Lag y la ciudad de Nueva Crobuzón. Lástima de algunas exageraciones y de varios deus ex machina con la Tejedora y Jack Mediamisa ayudando en el último instante a Isaac y los demás. Y no es un defecto, pero el final es quizá demasiado cruel: que la polilla deje así a Lin cuando la encuentran viva aunque maltrecha después de estar uno casi convencido de su muerte es perturbador. Con todo, me ha encantado y es de las obras que se recuerdan, para bien, mucho tiempo después de terminarlas. Ah, y China Miéville parece un tío majo además de buen escritor.