Noche. Sueño. Muerte. Las estrellas.
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No es perfecto y creo que nunca apreciaré los versos de Walt Whitman (ni de la mayoría de los poetas, mea culpa), pero la Oates escribe bien (una vez te haces a sus manías) y me encanta esa forma que tiene de mantener viva la historia independientemente de lo que esté contando, y que destaca en un libro tan largo. Los personajes, como siempre, son únicos y creíbles, con alma; se siente un vacío al terminar la lectura y quedarse sin saber qué va a ocurrirles incluso si no se ha congeniado con ellos (lo normal). La trama, no muy alegre que digamos, es, al igual que los protagonistas, compleja e indefinida, y la autora no evita los sucesos violentos u oscuros; una pena que el desenlace me resulte menos emotivo de lo que me hubiera gustado, pero reconozco que esperaba algo más típico por costumbre… y por ganas. Hasta ahora, mi preferido de la escritora era Puro fuego. ¿Este lo supera? No lo tengo claro. Por un lado, he tenido la sensación de que era una obra maestra hasta llevar casi dos tercios; por otro, me da que, si releo el de las chavalas, lo pondría a su altura. Lo malo de estas novelas es que luego te pones con alguna «de entretenimiento» y se nota el cambio (y no a mejor precisamente).
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[No sigas si no has leído el libro:
a partir de aquí desvelo el argumento]
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Lo del gato tiene que ser un homenaje a Poe: negro con manchas blancas y tuerto; lo matan (o eso parecía) y vuelve.