Puerta al verano
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Ciencia ficción, intriga y aventuras de lectura rápida con novedades constantes para mantener el interés. Tiene buen ritmo y las soluciones a los enredos son inteligentes y, a veces, resultan divertidas. No todo el monte es orégano, por supuesto: el protagonista es un gilipollas adicto al trabajo, individualista extremo y patriotero cuyos únicos afanes son inventar cacharros para patentarlos y hacerse rico y preocuparse por la hija de su socio. En sí mismo, esto no tiene por qué ser nada malo, ya sabemos cómo va el mundo; el problema viene cuando se ensalzan esas características continuamente y tú no compartes el punto de vista, y se agrava el asunto cuando te das cuenta de que lo demás es un decorado de cartón piedra y lo de veras importante es saber cómo termina la trama, normalita, y loar al héroe. Gustará a los amantes de las ideas que se leen entre líneas, del estilo de «los más listos deben tener más dinero, sobre todo los de nuestro país» y «si trabajas duro llegarás lejos» (el sueñecito americano), o a los que soporten los continuos elogios a ese tipo de pensamiento; el resto hará mejor en acercarse con suma cautela o directamente evitar el contacto. Ah, el superinvento, una chacha robótica para hacerle la vida más fácil a las mujeres llamada «muchacha de servicio» o algo parecido... sí, la intención es buena, eran los años 50 y la mentalidad era distinta, y en otros libros lo habría pasado por alto, pero el machismo es en este un añadido a mucha apología de otras mierdas y no parece casual.
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[No sigas si no has leído el libro:
a partir de aquí desvelo el argumento]
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Lo de casarse con la chavala a la que solo ha visto de niña lo puedo tomar como una provocación (aunque después del Albert Pla, ligerita) o una exageración del amor platónico. No obstante, también se puede ver como un acto de clarividencia del campeón empresario todopoderoso... ufff.