La cicatriz
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En esta nueva mezcla de géneros, dejamos Nueva Crobuzón y a sus habitantes para seguir a Bellis Gelvino en su huida a bordo del Terpsícore por los océanos de Bas-Lag. De nuevo, la ambientación es impresionante; lo extravagante se hace común sin llegar a ser ridículo; los personajes son carismáticos y se ven implicados en intrigas realistas e interesantes, y la enorme imaginación de Miéville llena las páginas con todo tipo de raras maravillas, dando un enfoque diferente a conceptos clásicos de las historias de aventuras, fantasía, terror y ciencia ficción, adaptándolos al espíritu de la novela. Compensa la relativa falta de novedad si se ha leído antes La estación de la calle Perdido, lo cual no es necesario, con un pulido de los pequeños defectos de aquella. Sigue habiendo descripciones urbanas, crítica política y extrañas razas y tecnologías, pero el lenguaje es algo menos recargado, la atmósfera, no tan sórdida, y el argumento, más aventurero y directo. Se toma su tiempo sentando las bases y puede que flaquee ligeramente al final, pero es una magnífica obra de fantasía, New Weird si se quiere, original y ambiciosa, que va de sorpresa en sorpresa por un mundo inmenso, singular y muy atractivo.
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[No sigas si no has leído el libro:
a partir de aquí desvelo el argumento]
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Me han encantado los misterios, desde el avanc hasta los casi lovecraftianos grindilú, pasando por la «posible espada», hechizos arcanos, las distintas sociedades o la misma Cicatriz; la ciudad flotante de Armada es muy curiosa y el mundo submarino la complementa bien como escenario, y los coprotagonistas, sin tener una personalidad tan desarrollada como la de Bellis, son memorables (Uther Doul, Johannes Lacrimosco, el Brucolaco, los Amantes, Tanner Sack, Shekel, Silas Fennec, Krüach Aum, Angevine... todos, vamos). Seguiré leyendo a Miéville; se está convirtiendo en uno de mis escritores favoritos.