Los ensayos
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El libro es una maravilla en cuanto a edición y traducción; y su contenido, una mezcla de filosofía, historia y teología (desde el periodo clásico hasta el Renacimiento) y anécdotas y opiniones del autor respecto a multitud de materias, contadas sin un orden específico. Está escrito con un estilo informal, no académico, que lo hace accesible y entretenido en su mayor parte, y permite conocer tanto la vida del propio Montaigne como su época y las corrientes dominantes del pensamiento y la religión de aquellos días y de los antiguos (no creo que necesite estudiar a Séneca ya), y en mi caso ha conseguido interesarme aún más en los clásicos, y en especial en los de Roma, a los cuales solía tener por secundarios frente a los griegos.
Como con tantas obras, uno se espanta ante la consideración de la mujer, que junto con los niños, los enfermos y el vulgo, y no recuerdo si también los ancianos, son «almas débiles»; y ahí está su flaqueza y su incapacidad para la teología, la verdadera amistad o el arte. Igual sucede con la primacía de la fe, o con la defensa de la monarquía, al menos en un principio. Cuando uno se acostumbra y pasa por alto la mentalidad dominante de esos tiempos, el asunto mejora. A veces cuesta ponerse a leerlo, eso sí, y entran ganas de ir a por algo más sencillo, pues un tocho lleno de digresiones, tesis filosóficas, históricas y religiosas, citas de clásicos y exámenes de distintos temas requiere cierta disposición; una vez metido en la lectura, sin embargo, se hace muy llevadero... hasta que asoma la «Apología de Ramón Sibiuda». Este capítulo, quizás el más extenso, comienza con un rollo macabeo del cual no me queda más remedio, como ateo, que descojonarme mientras sufro por tener que leer ideas absurdas, no ya simplemente de un diosecillo ridículo que nos gobierna a todos, sino además de la influencia de los astros en las cuestiones humanas (no puso lo de la vendimia de milagro) y tonterías similares; después sigue con los animales, y por lo menos entretiene pese a su extensión, y termina con una especie de autoayuda cristiana con afirmaciones sin sentido: en asuntos divinos es mejor creer que saber; es preferible la ignorancia; las cosas de dios solo se pueden entender con la fe y la razón no vale para nada... y chorradas por el estilo que les vienen muy bien a los creyentes para minimizar sus dudas espirituales, crisis de fe y demás atisbos de lucidez; a mí me hace gracia que ellos mismos se prefieran tontos... un acierto, por otro lado. Menos mal que hay una aplicación de los axiomas a motivos y objetos reales y críticas filosóficas con cierto interés, porque es un bache grande (la religión es útil, es lo que une a la gente... madre mía, están pirados).
Luego deja de centrarse en esos argumentos, por llamarlos de alguna manera, y retoma la forma anterior (bien por él) hasta el final, donde se encuentran los capítulos más largos; y por tantas curiosidades y reafirmarme en la idea de que los antiguos ya lo pensaron todo, le alabo y le perdono incluso el coñazo de parte de la apología del Ramoncín.
Como con tantas obras, uno se espanta ante la consideración de la mujer, que junto con los niños, los enfermos y el vulgo, y no recuerdo si también los ancianos, son «almas débiles»; y ahí está su flaqueza y su incapacidad para la teología, la verdadera amistad o el arte. Igual sucede con la primacía de la fe, o con la defensa de la monarquía, al menos en un principio. Cuando uno se acostumbra y pasa por alto la mentalidad dominante de esos tiempos, el asunto mejora. A veces cuesta ponerse a leerlo, eso sí, y entran ganas de ir a por algo más sencillo, pues un tocho lleno de digresiones, tesis filosóficas, históricas y religiosas, citas de clásicos y exámenes de distintos temas requiere cierta disposición; una vez metido en la lectura, sin embargo, se hace muy llevadero... hasta que asoma la «Apología de Ramón Sibiuda». Este capítulo, quizás el más extenso, comienza con un rollo macabeo del cual no me queda más remedio, como ateo, que descojonarme mientras sufro por tener que leer ideas absurdas, no ya simplemente de un diosecillo ridículo que nos gobierna a todos, sino además de la influencia de los astros en las cuestiones humanas (no puso lo de la vendimia de milagro) y tonterías similares; después sigue con los animales, y por lo menos entretiene pese a su extensión, y termina con una especie de autoayuda cristiana con afirmaciones sin sentido: en asuntos divinos es mejor creer que saber; es preferible la ignorancia; las cosas de dios solo se pueden entender con la fe y la razón no vale para nada... y chorradas por el estilo que les vienen muy bien a los creyentes para minimizar sus dudas espirituales, crisis de fe y demás atisbos de lucidez; a mí me hace gracia que ellos mismos se prefieran tontos... un acierto, por otro lado. Menos mal que hay una aplicación de los axiomas a motivos y objetos reales y críticas filosóficas con cierto interés, porque es un bache grande (la religión es útil, es lo que une a la gente... madre mía, están pirados).
Luego deja de centrarse en esos argumentos, por llamarlos de alguna manera, y retoma la forma anterior (bien por él) hasta el final, donde se encuentran los capítulos más largos; y por tantas curiosidades y reafirmarme en la idea de que los antiguos ya lo pensaron todo, le alabo y le perdono incluso el coñazo de parte de la apología del Ramoncín.