Odisea
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Aquí Homero se apuntó a clases de escritura creativa y descartó los apolillados moldes épico-guerreros de la anterior entrega de la saga para meterse de lleno en la novela poesía de aventuras exóticas precursora de toda la literatura moderna (no lo digo yo, lo dice el telediario). Y al principio no me entusiasmó el cambio. Acostumbrado a tanta locura divina, paseos con los carros de un lado para otro, holocaustos con grasa que sube hasta el Olimpo, picas que te dan en la tetilla, resonancias sobre los cuerpos y otras repeticiones hipnóticas, esto parecía un relato costumbrista y un un poquito tradicional en el mal sentido, tal y como en la presentación dicen que piensa Lesser (estoy contigo, amigo); pero fue ponerse Ulises (Odiseo en el original) a contar sus peripecias y llegó la magia (prefiero votar a Nadie que a Ninguno, eso sí): los cíclopes, Circe, el caballo de Troya ahí de pasada, las sirenas, Escila y Caribdis, los muertos del Hades... Es una lástima que no siguiera por ese camino, porque aunque hay después partes notables, e incluso cantos enteros (por ejemplo, el del arco y los pretendientes), también hay morralla (el Ulises mañoso con sus mil ardides resulta cansino [los pasados que se inventa... pfff], y el autor con tanta alabanza no digamos: que si el divino, hombre sin tacha, un rey de la hostia, paciente sin rival, mejor que los hijos para sus súbditos, con mucho terruño y ganado, merecedor de regalos y tan importante que ni su amor ni su descendiente ni su padre ni su puto perro duermen tranquilos desde que desapareció... qué pesadilla; y tampoco se libra Penélope con sus calificativos y esos veinte años llorando y tejiendo a diario, que se dice pronto). Ah, y salen pocos dioses y casi nada volubles; no dan tanto juego. Vamos, que es una lectura entretenida y emocionante en ocasiones, ante todo las míticas, y que a la vez decepciona ligeramente. Quizá la hubiera disfrutado más en prosa.